Mateu Llobera, 32 x40 cm, acuarela sobre papel, 1993. Llobera representa la vida cotidiana en su pueblo natal. Podríamos calificarla de una pintura costumbrista. Son muy llamativos lo amarillos y los naranjas sobre una paleta de tonos fríos como los verdes grisáceos de las fachadas y los tonos en penumbra de la calle. El celaje permite iluminar mínimamente el cuadro, cuya luz resalta la fachada principal de la composición que se desvanece con el resto de la escena.
Mateu Llobera formó parte de la denominada Escuela Pollensina, grupo de artistas tanto locales como procedentes de la península y otros países latinoamericanos y europeos que se establecieron en el norte de Mallorca a principios del siglo XX influenciados por la pintura de Anglada-Camarasa, quién fue su maestro. Llobera autóctono de Pollensa, municipio que se convierte en uno de los núcleos principales de la escuela debido a la fascinación que sintieron por el paisaje del norte de la Sierra de Tramontana y por su luz, describe en sus obras el paisaje tanto urbano como marítimo de su pueblo natal. Sus obras se mueven entre la técnica de la acuarela y la técnica al óleo, en lo que respecta a las vistas marinas presentan una paleta cromática característica de los artistas pupilos de Camarasa, colores vivos y saturados. En este caso, presenta una paleta cromática con predominancia de tonalidades ocres y terrosas que se combinan con el verde de los árboles, el azul del cielo y el rojo y blanco de los edificios laterales, y, en lo que respecta a la técnica, aplica los colores a través de una pincelada rápida y poco minuciosa procedente del post-impresionismo francés. La obra se encuentra en buen estado de conservación, presenta enmarcación clásica.
Mateu Llobera, 32 x40 cm, acuarela sobre papel, 1993. Llobera representa la vida cotidiana en su pueblo natal. Podríamos calificarla de una pintura costumbrista. Son muy llamativos lo amarillos y los naranjas sobre una paleta de tonos fríos como los verdes grisáceos de las fachadas y los tonos en penumbra de la calle. El celaje permite iluminar mínimamente el cuadro, cuya luz resalta la fachada principal de la composición que se desvanece con el resto de la escena.